Mi mujer (Patricia) tiene hoy 45 años. La conocí cuando tenía 22, y era secretaria de un laboratorio medicinal en donde yo trabajaba como visitador médico. Solíamos ir algún viernes por mes a convenciones y esa vez, la vi y me enamoré perdidamente. Yo tenía 29 años. Yo estaba por ese entonces en una relación de pareja con una mujer soltera y viviendo en su hermoso departamento desde hacía 3 años. Teníamos la misma edad, yo cumplía los años en mayo y ella en septiembre. Mi chica de ese momento era una mujer muy inteligente, secretaria en una gran empresa, ganábamos buenos ingresos, y era muy culta y también muy cínica. Estudiaba a la gente y si alguien era su rival por alguna razón trataba (y lo conseguía a menudo) de humillarlo/a y hasta (según el motivo de la enemistad) destruirlo/a. Se llamaba Érica.
Érica medía 1,70 de estatura, era muy delgada con pechos pequeños. Pelirroja y pecosa. Pesaba 53 kgs. Cuando conocí a Patricia, me impresionaron varias cosas. Su porte. Erguida, cola parada y muy bien formada y de tamaño justo, Brazos torneados (usaba vestidos de esos ajustados sin mangas por arriba de la rodilla, y los hombros eran redondos y nada caídos. Pechos medianos, parados. Tendían a surgir por sobre el escote redondo de esos vestidos, a los que acompañaba con blazers de verano. También en un par de convenciones la vi con mini, blazer de verano y se notaba que por debajo sólo había ropa interior. Se notaba en la V del blazer el hoyo de los pechos. Piel mate, no oscura, pero como si tuviera un toque de bronceado mu leve. Cabello lacio rubio o castaño muy claro, largo por los hombros y flequillo. Un rostro hermoso. De muñeca. Medía 1,68 y pesaba 58 kgs. Usaba un perfume muy personal (luego supe cuál era) que comparado con el de Érica, me causaba más erotismo. Me endurecía enseguida, quiero decir….
Tenía además entre desparpajo y seriedad de secretaria responsable, lo cual en su juventud quedaba muy bien. Se movía seguirá, rápida. Era muy inteligente y se notaba con respuestas rápidas y sagaces. Sus piernas no eran delgadas como las de Érica. Eran “morrudas”, de deportista. Firmes. Luego supe que había practicado desde niña natación en un club de Buenos Aires y luego en el colegio hizo hockey handball.
Como dije, conocí a Patricia y me enamoré absolutamente. No podía dejar de pensar en ella, a pesar de que con Érica mantenía una relación hermosa de convivencia, mágica, divertida, apasionante, con sexo que nunca había tenido. Es más, era común que en plena noche o madrugada me despertara con ella erotizándome y yo, medio dormido, terminar teniendo sexo varias veces. Así era la pasión, sin embargo, me enamoró esa chica más joven, y su porte, aunque no pensaba que superara en lo activa en el sexo que era Érica. Pero ya estaba yo con ella en mente. En mi mente, en mi corazón, y en mis víceras!
Bien. Nos veíamos en el laboratorio. Nos mirábamos. Le hablé. Era correspondido y lo sabía. En una convención de viernes, sábado y Domingo en el Hotel Sheraton de Buenos Aires, el viernes, cuando ella y otra gente vino a organizar y después se iban y quedábamos los visitadores y los gerentes (el Domingo cerraban los dueños del laboratorio), quedamos en vernos en la tarde del sábado que nos daban libres a los visitadores. Nos encontramos en el lobby del Hotel y salimos en mi auto. ¿Qué les puedo decir? Fuimos primero a tomar algo a Figueroa Alcorta antes de llegar al Monumental. Después fuimos a la costanera sur y bueno… Desabroché el botón del blazer, el corpiño, y empezamos la relación de enamorados y aunque yo vivía con Érica (ella no sabía nada de mí, y yo le dije que era solo) ya era parte de mi vida.
Me tocaba romper con Érica. Difícil, por su temperamento, porque aparentemente no había ningún motivo, porque “estaba todo bien!”. Me tomé dos días haciendo malabares para hablar con Patricia y vivir “en casa”…. Y a la noche (mal momento) le dije la verdad. No voy a entrar en detalles en este tema salvo “a pedido del público” (jeje). Pero Érica era Érica…..
La relación con Patricia era maravillosa. Dos días después en un Hotel alojamiento tuvimos por primera vez relaciones. Era virgen. No podía creerlo. Se avergonzaba de “no ser una fiera” en el sexo, pero ese sexo era cualitativamente muy superior al anterior.
Érica era obvio que iba a actuar. Pero jamás imaginé cómo. Érica pidió licencia en su trabajo. Era una encumbrada secretaria y podía pedir lo que quisiera. Le dieron un mes. Comenzó a investigar. Aparentemente merodeaba el laboratorio, y una vez me vio saliendo hacia el auto con Patricia. Ignoro cómo más tarde llegó a saber nombre y apellido de Luciana, qué cargo tenía, y hasta dónde vivía. Llevó un currículum al laboratorio. Y la llamaron a una entrevista. Y fue. Y entró a trabajar!!!!!!! Y tenía una ventaja. Ella sabía quién era Patricia. Patricia ignoraba quién era ella. Yo tampoco sabía que ella estaba ahí. En dos días se acercó a Patricia. Trabaron cierta “amistad”. Y un día decidió intentar sacarla del tablero. Fueron al baño (Vieron las chicas, “voy al baño”, “dale, yo también”).
Ya en el baño, Érica descubrió el juego rápidamente. Patricia “sacó pecho”, estaba jugada y además pensó (como más tarde me dijo) “a mi juego me llamaron”, y se dispuso a enfrentarla. Tenía un blazer blanco de verano, mini, medias y zapatos de taco negros. Un enterito negro de lencería debajo de la ropa. Érica una mini azul, blazer rojo, zapatos igualmente rojos y medias color tostado. Debajo del blazer un corpiño rojo. Se lanzaron una contra la otra, se tomaron de las manos-garras, intentando en el forcejeo dominar a la rival. Sólo jadeos, grititos de esfuerzo y también de nervios por lo que se estaba definiendo. Patricia me contó que a ella se le mezclaba una sensación de cierta impresión por lo osado de la estrategia de Érica, de lo que fue capaz. Imagino el forcejeo. Érica con la fuerza que le daba su furia y su querer destruir, que le daban un plus de fuerza física, de tensión muscular en su delgadez. Patricia, con mayor empuje, y fuerza física, carecía de ese plus y se agregaba como desventaja el factor sorpresa. (Abundan en dos obras de consejos de guerra, “De la guerra”, obra de ciencia militar escrita por el famoso militar y filósofo alemán Carl von Clausewitz, y “El arte de la guerra”, libro escrito por el general y estratega militar chino Sun Tzu hace aproximadamente 2.500 años. En ambos dos de los elementos definitorios de una batalla los había puesto en práctica Érica: elegir el terreno, factor sorpresa).
Los tacos y las puntas de los zapatos buscaban objetivos también. Patricia pudo dar un tacazo en el empeine de uno de los pies de Érica, rasgándole la media y provocándole una mueca de dolor. Un puntapié en la “canilla”, pero Érica logró clavar su taco en el carnoso y firme muslo de Patricia, provocándole un agujero en la media y una herida que comenzó a sangrar. No se soltaban de las manos. Érica con uñas larguísimas lograba alguna que otra herida en las manos de Patricia que no era de usar uñas muy largas y no lograba llegar a dañar. La herida en el muslo la debilitó física y mentalmente, aunque físicamente de antemano Patricia era la ganadora puesta. Le dolía la herida cuando forcejeaba furiosamente con esa rival decidida, al afirmarse con las piernas sentía un cuchillo clavarse ahí. Empezó a dar un par de pasos atrás. Pensó en soltarse de las manos y atacarla a puñetazos. Temía no obstante que Érica la “madrugara”.. Me imagino. La cara de Érica afilada, su mirada, felina y encendida de odio. (Justamente, “me faltó odio” pensaba tiempo después Patricia cuando cavilaba sobre aquel día…..).
Por fuerza de brazos Patricia empezaba a ganar, pero las piernas estaban débiles en comparación con el empuje de Érica. Las uñas seguían hiriendo las manos de Patricia. Estaba incómoda, y urgida en definir a su favor la pelea. Confiaba en su fuerza y pensaba acabarla con dos puñetazos desparramando a Érica por el piso del toilette. Hizo un esfuerzo inmenso y desniveló ese largo equilibrio, aguantó ese “puñal” en el muslo, y la arrinconó contra la pared, en el ángulo contra el mármol de las bachas. La pudo inclinar hacia atrás, se soltó de una de las manos y tomó maquinalmente impulso para descargar un golpe de puño al rostro de su enemiga. Pero la mano de Érica también estaba liberada. Sin tomar tanto envión, lanzó un directo de derecha al ojo izquierdo de Patricia. Incluso en esa mano calzaba Érica un anillo voluminoso y dañino. La izquierda de Patricia se perdió en el aire. Dio un paso atrás pero Érica aún la retenía de la otra mano. Otra derecha en puño en plena nariz, y algo del labio superior. Patricia veía estrellas fugaces, podía “degustar” la sangre que caía hacia atrás de su garganta y llenaba sus encías. Érica la soltó de la mano y lanzó un uno-dos, dos puñetazos más a la boca (izquierda) y a la cara que impactó en la frente (derecha, con anillo, virtual “agujero” sangrante en la frente de Patricia, quien ya daba pasos hacia atrás pero ni siquiera estaba ubicada de espaldas a la puerta de salida, sino iba hacia el fondo. Érica la siguió, le pegó un tacazo al tórax, que desprendió el único de los dos botones del blazer que estaba abrochado, quedando al descubierto su body de lencería negro. Patricia intentó argumentar una finalización del combate, pero Érica no pensaba lo mismo. La empujó, la insultó, la abofeteó, ante la inacción de Patricia que ya estaba vencida no sólo a nivel físico. Estaba, en realidad, aunque aún de pie, derrumbada. Su muslo sangraba, su frente, su nariz, su boca también. Y Érica comenzó la destrucción de su presa como la araña que come de a poco la mosca que antes paralizó. ¡Y vaya que Patricia había caído en la telaraña!
Clavó las uñas de su mano izquierda en los pechos de Patricia y la arrastró “dibujándole” un cuádruple surco hasta llegar al corpiño del body. La derecha hizo un surco parecido en la parte izquierda de la cara. Patricia estaba paralizada por el pánico ahora…. “Basta, por favor….” Musitó. Érica sonrió irónicamente. “Arrodillate, basura!”. “No, no…”. Érica la tomo con ambas manos de los pelos y una y otra vez, primero una vez el taco de su zapato izquierdo clavándose sobre el muslo derecho de Patricia. Ponía ese pie en el piso y levantaba el otro pie y clavaba el taco en el muslo izquierdo, Otra vez taco izquierdo en muslo derecho, y ahí, estremecida de dolor y terror, Patricia cayó de rodillas (su versión oficial). O simplemente se arrodilló…. Érica seguía aferrándola de la melena. Un rodillazo a la “trompa”. El derecho, el izquierdo, el derecho, el izquierdo. Ya Patricia cayó pesadamente recostada sobre uno de sus laterales. Érica le sacó el blazer. Arañó sus hombros con odio, furia, meticulosidad. Le arañó la espalda. La pequeña porción de espalda que dejaba libre el body, y que de haber llevado corpiño, le hubiera costado unos cuantos centímetros más de “zurcos”. “Basurita. Dejalo. No me importa cómo pero si cuándo. Hoy. Hoy mismo! Porque si no, esto recién está empezando. Yo mañana mano el telegrama pero no dejo de existir, no viajo a La Luna. Voy a estar encima de ti, como ahora, por si se te llega a ocurrir la locura de no cumplir con mi exigencia. Por eso te salvás de que no te desnuque!!”.
Patricia se mantuvo en silencio. Érica la sacudió exigiendo una palabra de aceptación. Y Patricia dio “está bien. Por favor, dejame, por favor….”.
Érica tomó el blazer, lo dobló chiquitito y salió del toilette no si antes patearle las costillas con un fuerte puntapié. Dejó a Patricia destruida y humillada, en la parte superior del cuerpo en ropa íntima, y hasta con la falda rasgada atrás, se ve que en algún momento de la feroz pelea.
Pudo contarle a su jefa lo sucedido. Ella la cubrió. La ayudó a curarse un poco, a limpiarse, a arreglarse un poco. La hizo salir con un sweter suyo cuando se fueron todos, no sin antes llamarme por indicación de Patricia, para que la pase a buscar, sin aún entender nada, aunque imaginando casi todo, ahora…..mientras iba manejando.
Fuimos a un hotel alojamiento a recuperarse, y recuperarme. No quise que me cuente mucho, pero los títulos eran de un libro de policial negro. La llevé muy tarde a su casa, que era la casa paterna y materna todavía para ella, y así con todos durmiendo, no tendría que dar explicaciones por el faltante del otrora elegantísimo blazer de lino blanco.
Patricia es mi esposa. Seguiré, contando la historia.
|